Este fin de semana he estado en un retiro en Zaragoza dirigido por Javier García Campayo y Mayte Navarro. Concretamente, se trataba de un retiro de mindfulness que hacía especial énfasis en la aceptación. Para los que no sepáis lo son este tipo de retiros, se trata de pasar un tiempo desconectado de la rutina realizando prácticas de meditación guiadas (meditación sentada y en movimiento), y donde también se proporcionan algunos conceptos teóricos. En algunos retiros (como el que he realizado yo) se practica también un tiempo de silencio. Aunque toda experiencia ha sido muy enriquecedora en general, ha habido un concepto concreto que me ha parecido especialmente interesante y me gustaría compartir con vosotros.
Se trata de la idea de considerar la mente como un sexto sentido. Si lo pensamos, nos daremos cuenta de que no podemos desconectar de ninguno de los sentidos. Podemos intencionadamente utilizar uno de nuestros sentidos (fijarnos en algo, oler o tocar algo…), pero cuando ya no se trata de algo intencionado, aunque no les prestemos atención en realidad nuestros sentidos continúan siempre activos. Y lo mismo ocurre con la mente. Podemos pensar intencionadamente (planificar, recordar la lista de la compra…), pero cuando dejamos de pensar voluntariamente la mente sigue su actividad. Así, van surgiendo recuerdos, tareas pendientes, asociaciones… Nuestra mente en realidad no se desconecta, como ocurre con el resto de sentidos.
Lo curioso es que nosotros no tratamos a los fenómenos mentales como al resto de experiencias sensoriales. Voy a tratar de explicarlo, siguiendo la línea de lo que nos comentaron en el retiro. Si por la calle veis o tocáis algo (por ejemplo, una estatua), ¿por el simple hecho de verlo o tocarlo pensáis que es vuestro? Y en cambio, ¿por qué nos identificamos con nuestros pensamientos? Si en una situación social cometemos lo que para nosotros es un error y surge un pensamiento del tipo “eres un inútil”, ¿por qué lo hacemos nuestro y nos lo creemos, minando nuestra autoestima? Los pensamientos no son más que fenómenos mentales, nosotros no somos nuestros pensamientos. Seguramente muchos de nuestros pensamientos automáticos tienen que ver con nuestra historia y puede que incluso los hayamos aprendido de alguien.
Desidentificarse de los pensamientos, es decir, poder verlos con distancia y como algo ajeno a uno mismo, es muy importante para nuestro bienestar emocional. ¿Por qué? Sencillamente porque la mayor parte de nuestro malestar no viene de los pensamientos en sí, sino de cómo nos relacionamos con estos pensamientos. Una persona puede suspender un examen (por ejemplo, el del carnet de conducir) y pensar: “soy incapaz de hacer nada bien”. Esto sería un pensamiento automático, y concretamente un juicio y una generalización que no describen lo que ha sucedido (hemos suspendido este examen en concreto). Si nos quedamos enganchados al pensamiento es posible que tengamos ganas de tirar la toalla y nos sintamos desanimados, pero si lo vemos con más distancia será más fácil no quedarnos rumiando y buscar una frase más positiva que nos ayude (como por ejemplo: no pasa nada, no soy ni el primero ni el último que suspende, lo volveré a intentar).
Por supuesto, ver nuestros pensamientos con distancia no es sencillo y se requiere práctica. Practicar mindfulness nos puede ayudar, aunque por supuesto existen más opciones. Un pequeño truco para el día a día que aprendimos en el retiro sería que cuando nos apareciera un pensamiento nos dijéramos “me ha venido un pensamiento de que…” en vez de quedarnos con el pensamiento (por ejemplo: soy tonto/a). Esto nos puede ayudar a ganar distancia. ¿Se os ocurre algún otro truco que os pueda ayudar a no identificaros con vuestros pensamientos?